viernes, 4 de diciembre de 2015

CARA AL SOL

“Cara al sol con la camisa nueva” lámina de Carlos Saenz de Tejada (1940). Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.
CARA AL SOL
80 ANIVERSARIO

Las IV Jornadas de Gefrema se cerraron el pasado domingo con una monumental ruta por la Gran Vía, un recorrido desarrollo del extenso artículo central "Gran Vía: la Avenida del Quince y Medio" publicado en el último número de la prestigiosa revista Frente de Madrid. Durante la parada en la Plaza del Callao se habló como no podía ser de otro modo del legendario hotel Florida y de las vivencias y peripecias de algunos de sus ilustres huéspedes durante la guerra, como los escritores Ernest Hemingway, John Dos Passos, André Malraux o Antoine de Saint Exupery, entre otros, a los que acompañaban periodistas del la categoría de Marta Gelhorn, Herbert Mathews, ...También se habló del edificio Capitol, de su cine donde los madrileños acudian en masa a ver películas como Tchapaief o los marineros del Konstrad, y de su hotel que contó durante un tiempo con un único inquilino: el enigmático Mijail Koltsov, mucho más que un simple corresponsal del Pravda en la Guerra Civil.

Frente a la plaza del Callao se alza en el 46 de la Gran Vía el impresionante edificio del Palacio de la Prensa, flanqueado por las calles de Tudescos y de Miguel Moya. Esta última debe su nombre al periodista madrileño Miguel Moya Ojanguren, fundador y primer presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, cargo que ocuparía hasta su muerte en 1920. En esta calle se encontraba en los años 30 un restaurante vasco de nombre Or-Kompon, que en euskera significa "allá tú". Anteriormente en este mismo local se ubicaba según relata Agustín de Foxá «la “Galería”, especie de “Rastro” aristocrático, donde acudían los conferenciantes franceses a impregnarse de fácil tipismo. Allí se vendía al esnobismo del momento, libros raros de brujería, viajes y recetas, grabados antiguos, zuecos, cerámica y mantones de Manila». Este era uno de los puntos de reunión del fundador de la Falange José Antonio Primo de Rivera con sus más incondicionales y fieles colaboradores, entre los que se encontraban un selecto grupo de hombres de letras, a los que José Antonio denominaba "movimiento poético". Junto al Or-Kompon, otro de los lugares preferidos por la cúpula de Falange para sus reuniones era la "Ballena Alegre", que se encontraba en los sótanos del café Lion, situado en Alcalá 59, entre Cibeles y la Puerta de Alcalá. Como curiosidad, destacar que mientras los falangistas se citaban en el sótano, en el café se reunían los miembros de la tertulia Cruz y Raya, creada por José Bergamín, y que sería el origen de la revista de igual nombre, entre los habituales a esta tertulia era fácil encontrar a Alberti, Miguel Hernández, Neruda, Cernuda, Lorca, o el torero Ignacio Sánchez Mejías, entre otros. Nos podemos imaginar las miradas que se cruzarían entre unos y otros al coincidir allí, sobre todo teniendo en cuenta que en alguna ocasión bajo los abrigos se escondería alguna pistola.

La madrileña calle de Miguel Moya, al fondo la Gran Vía y la Plaza del Callao. En alguno de los locales de esta calle (no hemos conseguido localizarlo) se encontraba el restaurante vasco Or-Kompon, donde se compondría el “Cara al Sol” hace ahora 80 años. FOTO JAZ. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Tras el discurso de clausura del Segundo Consejo Nacional de Falange, que tuvo lugar en el cine Madrid de la Plaza del Carmen, el 17 de noviembre de 1935, los dirigentes de la formación comenzaron a gestar la idea crear un himno que cerrara de manera solemne y grandiosa este tipo de actos y otras celebraciones organizadas por la Falange. La idea tuvo una aceptación inmediata, empezando por el propio José Antonio: «voy a reunir a una escuadra de nuestros poetas y hasta que no lo tengamos no los suelto». Entre los elegidos para componer esa escuadra de poetas se encontraban Agustín de Foxá, José María Alfaro, Rafael Sánchez Mazas, Pedro Mourlane Michelena, Jacinto Miquelarena y Dionisio Ridruejo. De la música se encargaría el compositor Juan Tellería. Tras asistir al estreno de la película “La Bandera”, parte de los elegidos se reunieron en casa de Marichu Mora, donde José Antonio los convocaría para el día siguiente: «Os espero mañana por la noche en la cueva del Or-kompon. Irá el músico. Si falta alguno, mandaré que se le administre el ricino». Al parecer la “administración de ricino” constituía un método infalible para aunar voluntades y evitar discrepancias.

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La cueva del Or-Kompon era un restaurante vasco que se encontraba en la calle Miguel Moya como ya hemos señalado. Agustín de Foxá recogería este momento en su libro “Madrid de corte a checa” y escribiría posteriormente en 1940 un relato ampliado para Ediciones Españolas con ilustraciones de Carlos Saenz de Tejada, donde narraba la gestación del himno aquella noche del 3 de diciembre de 1935. En su narración nos describía el restaurante: «Era una especie de cueva con acuarelas de Guipúzcoa en los zócalos, carros de bueyes rojos con lana sobre la testuz, caseros de boina, frontones, maizales y curas con paraguas bajo los cielos plomizos de Loyola», tal vez la presencia en el grupo de los vascos Mourlane Michelena, Miquelarena o Sánchez Mazas que se había criado en Bilbao, así como el maestro Tellería, influyó en la elección del local. Aquella noche solo se escribiría la letra del himno, la música había sido compuesta un año antes por Juan Tellería y llevaba por título “Amanecer en Cegama”, localidad natal del músico, a la que se añadirían posteriormente las estrofas que nacerían aquella noche en el Or-Kompon. A algunas personas el inicio de esta melodía les recuerda el comienzo de La Marsellesa.

José Antonio Primo de Rivera con uniforme falangista durante un mitin. Foto Campúa. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Además de los poetas ya citados y el propio José Antonio, formaban parte del grupo Agustín Aznar y Luis Aguilar, dos hombres de “acción” de Falange, famosos por lo contundente de sus métodos. La misión de ambos no era tanto vigilar ante un posible amenaza (en aquellos tiempos los enfrentamientos armados entre falangistas y miembros de otras organizaciones opuestas era algo habitual), como evitar la “deserción” de los allí reunidos hasta que la letra no estuviera compuesta. Si fallaba la amenaza del ricino, allí estaban Aznar y Aguilar como segunda línea de persuasión.

Nada mejor que el relato de Agustín de Foxá, uno de los testigos y protagonistas, para hacernos una idea de lo que ocurrió en la Cueva del Or-Kompon aquella noche:

El tema de la conversación de aquella noche fue el teatro y la música. Se comentó El joven piloto, zarzuela de Luis Bolarque y de Jacinto Miquelarena.

Había un gran jaleo de vasos; los mozos trajeron chacolí, sidra y bacalao; alguien dijo:
—Vamos a hacer una sangría.

Después de la cena, el maestro Tellería se puso al piano. Tocaba pasodobles y tangos.
—Oye; toca eso que hiciste el otro día.

Sonó una música enérgica, alegre y guerrera.
—¿Te gusta, José Antonio?
—Está bien. ¿A ver cuántos poetas hay aquí?

Nos contó, añadiendo:
—Vamos a hacer un himno para que lo canten los chicos.

Un mozo trajo unas cuartillas y nos desperdigamos por las mesas. Bolarque, con su fino oído musical, hacía los “monstruos”, es decir, las estrofas sin sentido que llenaban la música y que luego había que sustituir por otras poéticas. Recuerdo que uno de ellos era:

“Adiós, adiós, el Capitán se va.”

Hecho sin duda, bajo la influencia de la desoladora estrofa de José María Alfaro que ya hemos citado. Trazó el plan José Antonio.
—Nuestros muchachos exigen una canción alegre, de guerra y de amor, pero exenta de odio. No ha de ser engolada ni solemne. En la primera parte debemos hablar de la novia; luego, de la muerte, haciendo una alusión a la guardia eterna de las estrellas, y después algo sobre la paz y la victoria.

Con su voz caliente, un poco nasal, nos recitó media estrofa que ya traía pensada:

Traerán prendidas cinco rosas
las cinco flechas de mi haz.

“Traeran prendidas cinco rosas” lámina de Carlos Saenz de Tejada (1940). Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

El músico, despeinado, golpeaba las teclas. Yo escribía en una mesa entre migas de pan y las peladuras en espiral de la fruta. Quise poner un arranque brioso.

De cara al sol con la nueva camisa
que me bordaste ayer.

José Antonio y Rafael Sánchez Mazas hicieron algunas modificaciones. Se suprimió la preposición “de” y se puso “camisa nueva” por necesidades de rima. En el segundo verso se añadieron las palabras “tú”, que daba energía y perfilaba la idea de la novia, y “en rojo” porque resultaba corto ese verso. Hubo una larga pausa. Todos meditaban sobre las cuartillas y algunos mordían el lápiz y miraban al techo. Al final se nos acercó Ridruejo leyéndonos un papel arrugado. Había modificado una idea de José Antonio y añadido el verso completo.

Volverán banderas victoriosas
al paso alegre de la paz.

No fue tan fácil capturar el adjetivo “alegre”. En los primeros papeles (que Bolarque conservó hasta la revolución) aparecían los adjetivos “recio” y “fuerte”.

No recuerdo exactamente quién lo propuso. Únicamente sé que, cuando quedó flotando en el aire, hicimos el ademán de cogerlo con la mano. Eso era. Alegre.
—Eso, eso es magnífico.

Aznar, que vigilaba la puerta, preguntó por José María.
—Está arriba en la barra. Voy a buscarle.

“Que tú bordaste en rojo ayer” lámina de Carlos Saenz de Tejada (1940). Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

No salía la segunda estrofa. A mí me resultaban barrocos todos los intentos basados en centurias formadas sobre nubes y desfiles pálidos de muertos. Bajó Alfaro y nos recitó la estrofa de la sonrisa de la primavera.

Volverá a reír la primavera
y será la vida, vida nueva.

Eran las dos y media de la madrugada. Encendí un pitillo, algunos querían marcharse pero Agustín Aznar y Luis Aguilar vigilaban la puerta.
—De aquí no sale nadie.

Campanudo y taciturno, don Pedro Mourlane, el canciller, como le llama José Antonio en las cenas de Carlomagno, tachaba con una línea de lápiz el segundo verso, que ya no iban a repetir los camaradas, y escribía con letra menuda encima unas palabras. Preguntó:
—¿No os gusta más esto?

Que por cielo, tierra y mar se espera.

Todos aprobamos unánimes y le felicitamos.

José María Alfaro acaba de encontrar la palabra decisiva, la promesa del amanecer de España. Escribió al lado de José Antonio:

¡Arriba, escuadras, a vencer,
que en España empieza a amanecer!

Impaciente propuso Bolarque:
—Aunque el himno está incompleto, vamos a cantarlo.

José Antonio se frotaba infantilmente las manos y nos agrupamos todos alrededor del piano. Se abrieron los primeros compases. Comenzamos a cantar. La música sonaba vibrante; eran voces juveniles que invocábamos a la muerte y a la victoria; nos poníamos firmes inconscientemente y levantábamos el brazo.

Era que estaba allí el himno arrebatándonos, sorprendiéndonos a nosotros mismos, vivo ya, independiente, desgajado de sus autores.

En los ojos de José Antonio brillaba una luz de entusiasmo velada por una ligera tristeza. Le parecía escuchar en la apartada calleja las pisadas rítmicas de sus camaradas que marchaban hacia un frente desconocido. Y se imaginó a sus mejores, pronunciando moribundos en la tierra, en el mar y en el aire, aquellas palabras que hacía unos minutos sobre el papel no eran nada y que ya no pertenecían a los poetas.

Comentaba José Antonio, todavía enardecido:
—Ha quedado estupendo.

Añadía:
—Le haremos cantar en la calle de Alcalá con acompañamiento de pistolas.

Exaltábale Rafael:
—Esto es lo bueno, lo popular, los consonantes fáciles: “lleva” con “nueva”.

Aludía a los dos versos de la primera estrofa.

Flotaba sobre las mesas el humo denso de los pitillos. Salimos de “Or-Kompon”. Hacía frío aquella noche. Subimos por Alcalá, entre faroles, levantándonos los cuellos de los abrigos. Al día siguiente en el despacho de mi padre –espadas, cotas de malla, viejos libros ilustrados por Gustavo Doré- encontré yo la estrofa de los caídos. José Antonio había interpretado poéticamente el más allá por medio de la estrellas. Fui fiel a su idea; pero, por razones métricas, escribí, en lugar de estrellas, “luceros”. Me quedó así la estrofa:

Si caigo aquí, tengo otros compañeros
que montan ya la guardia en los luceros,
impasible el ademán,
y están
presentes en nuestro afán.

Fui por la noche a buscar a José Antonio y se la leí. Como la estrofa resultaba corta con relación a la música, añadió él estos tres versos:

“Si te dicen que caí” y “volverán banderas victoriosas” láminas de Carlos Saenz de Tejada (1940). Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Si te dicen que caí, me fui
al puesto que tengo allí.

Le hice un reparo.
—Dos veces “caí” no me gusta.
—Tienes razón.

Entre los dos escribimos:

Formaré juntos a mis compañeros
que hacen guardia sobre los luceros.

Acabábamos de hacer la Canción de la Falange. Bajamos los dos por la calle de Ológaza y me despedí de José Antonio. Tardé varios días en volverle a ver. Por la Gran Vía pasaban grupos de gente que salían del “Cine Avenida”, donde acaba de estrenarse la película titulada La Bandera. Había neblina en los faroles.

Todo esto sucedía exactamente el cuatro de diciembre del año 1935.

Agustín de Foxá


El himno tendría su puesta de largo el 2 de febrero de 1936 en un multitudinario mitin en el cine Europa de Madrid de la calle Bravo Murillo, en el corazón del barrio de Tetuan, que era conocido por aquel entonces como “la pequeña Rusia” por la fuerte implantación que las formaciones izquierdistas y anarquistas tenían en la zona. Desde ese día el “cara al sol” pasaría a formar parte esencial de la estudiada simbología y cuidada puesta en escena que la nueva formación política incluía en todos sus actos públicos. Durante la guerra se convertiría en todo un clásico, tanto en las celebraciones y actos oficiales, como entre la tropa, que lo adoptó como un canto propio. Su popularidad fue en aumento en paralelo al aumento de la influencia que la Falange iba adquiriendo en la zona franquista, aunque para muchos esa influencia no era tal, sino que más bien se trataría de una fagocitación del naciente régimen del ideario falangista, necesitado de una base ideológica sobre la que sustentar su identidad. Esta “apropiación”, que implicaba también la fusión con los carlistas en una misma organización, causaría malestar entre muchos “camisas viejas” que entendían que se había perdido la esencia de los principios fundacionales. Este malestar llevaría a muchos de ellos a la cárcel, e incluso a ser condenados a muerte, como el propio Manuel Hedilla, sucesor de José Antonio al frente de la Falange tras la muerte de este, quien sería condenado a dos penas de muerte por conspirar contra Franco, penas que le serían finalmente conmutadas.

José Antonio Primo de Rivera flanqueado por Julio Ruiz de Alda, Raimundo Fernández Cuesta y otros falangistas, fotografiados en febrero de 1936 a la salida de un mitin en el cine Europa de la calle Bravo Murillo. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Finalizada la contienda, el “Cara al Sol” tomaría carácter de himno oficial del nuevo régimen junto con el “Oriamendi” y la propia “Marcha Real”. Su presencia era constante en la vida pública española, llegando incluso a cantarse en las escuelas. Seguramente ninguno de los asistentes a la cena en la Cueva del Or-Kompon en aquella fría noche de diciembre de 1935 imaginaron el destino que le esperaba a su creación.

Tras el golpe militar de julio de 1936 que desencadenaría la Guerra Civil, todos los presentes aquella noche en el Or-Kompon serían protagonistas de alguna u otra manera, con mayor o menor presencia, en aquella contienda que condicionaría su futuro.

Al comenzar la guerra José Antonio Primo de Rivera se encontraba preso en la prisión de Alicante. Había sido detenido y encarcelado en Madrid en marzo de 1936 por posesión de armas, siendo trasladado posteriormente a Alicante en junio de ese mismo año. Desde la cárcel José Antonio había participado en los preparativos del golpe, llegando incluso a negociar la participación de los falangistas en la insurrección con el propio general Mola, el “Director” del golpe.

Finalmente sería condenado a muerte por conspiración y rebelión militar. Hubo algunos proyectos para liberarle en operaciones tipo comando, también se intentó su canje por otros prisioneros, incluso según algunas fuentes el propio José Antonio se ofreció para intentar negociar con los sublevados el final de las hostilidades ante el dramático desarrollo que estaban tomando los acontecimientos. Pero todos los intentos serían en vano, y sería fusilado en la prisión de Alicante el 20 de noviembre de 1936, el mismo día que en Madrid moría el líder anarquista Buenaventura Durruti.

Imagen de estudio de José Antonio Primo de Rivera. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Indirectamente la muerte de José Antonio, a la que habría que sumar el fallecimiento en sendos accidentes de aviación de los generales Sanjurjo y Mola, facilitaría al general Franco una cómoda posición como líder único, indiscutible e incuestionable en el nuevo régimen. ¿Habría cambiado algo el destino de España o el propio desarrollo de la guerra si José Antonio hubiera continuado vivo? Nunca lo sabremos.

El escritor y poeta Rafael Sánchez Mazas. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Otro de los asistentes a aquella cena en el Or-Kompon, el escritor Rafael Sánchez Mazas, sería protagonista de una serie de peripecias durante la guerra dignas de llevarse a una novela y al cine, como acabaría ocurriendo finalmente. Al iniciarse la guerra es detenido y acaba ingresando en la Cárcel Modelo, de la que consigue salir gracias a las gestiones de Indalecio Prieto, seguramente las raíces bilbaínas del preso influyeron en la decisión del líder socialista, refugiándose posteriormente en la embajada de Chile donde permaneció más de un año. En el otoño de 1937 abandona la embajada con la intención de llegar hasta Francia, pero es detenido a finales de noviembre en Barcelona. Pasaría por diversas prisiones y finalmente en enero de 1939, con las fuerzas franquistas avanzando de manera imparable hacia la frontera francesa, cuando iba a ser fusilado consigue huir, llegando posteriormente hasta las líneas franquistas. Las peripecias de Sanchez Mazas inspirarían a Javier cercas su novela “Soldados de Salamina”, que a su vez estaría en la génesis de la película de David Trueba de igual título.

Filmación en la que el propio Rafael Sánchez Mazas relata como fue su fallido fusilamiento y posterior fuga. Haga clic sobre la imagen para ver el vídeo.

Tras la guerra sería nombrado ministro sin cartera, cargo que desarrolló sin mucho entusiasmo, llegando tarde a la mayoría de consejos de ministros hasta que un día Franco le dijo que “no era necesario que volviera más”. Fue padre del también escritor Rafael Sánchez Ferlosio y del cantautor Chicho Sánchez Ferlosio, de este último podemos decir que le salió “rana” ideológicamente hablando, ya que fue uno de los más destacados exponente de la canción protesta contra el franquismo.

Cartel de la película Soldados de Salamina de David Trueba, inspirada en la novela homónima de Javier Cercas donde relata las vivencias de Sánchez Mazas durante la guerra. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

El compositor Juan Tellería Arrizabalaga, sería detenido al comenzar la guerra. Al quedar en libertad se afilió a la CNT para borrar el rastro de su pasado falangista, llegando incluso a poner música a algunas producciones cinematográficas del sindicato anarquista. A su muerte se le erigió un monumento en su localidad natal de Zegama, que sufriría un atentado de ETA finalizando los años 60 del pasado siglo. Tiene una calle, o sería más correcto decir callejón, dedicada en Madrid en lo que fuera el complejo de los Sindicatos Verticales y sede del diario Pueblo, el actual Ministerio de Sanidad del Paseo del Prado.

Agustín de Foxá, conde de Foxá (o de si mismo, como le gustaba decir) y marqués de Armendariz, fue escritor y diplomático. Además de aportar algunos de los versos de el “Cara al Sol”, dejó tras de si una variada obra literaria, donde sin duda destaca por encima del resto, la ya mencionada novela “Madrid de corte a Checa”. Pasa los primeros meses de la guerra desarrollando su labor como diplomático en la embajada española en Bucarest, desde donde se traslada a Salamanca, lugar en el que escribirá su famosa novela y donde cada noche leía lo que había escrito en el célebre café Novelty de su Plaza Mayor. Finalizada la guerra es destinado a Roma donde tiene un encontronazo dialéctico con el conde Ciano, yerno de Mussolini, que apunto está de costarle muy caro. Durante una cena Ciano advierte a Foxá de que la bebida acabará matándolo, a lo que este le responde que prefiere que le mate la bebida a que lo haga Marcial Lalanda, en alusión a la fama de cornudo del italiano, que intentó retarlo a duelo allí mismo. Este incidente pondría en la picota a Foxá que sería acusado de espía de los aliados. La intervención de otro cuñado, en este caso Serraño Suñer “cuñadísimo” de Franco, consiguió que el incontinente Foxá regresara a España: «El camarada Foxá saldrá de Italia por chistoso, pero no por espía».

El escritor y diplomático Agustín de Foxá. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Agustín de Foxá continuaría compaginando su carrera diplomática y literaria, hasta su temprana muerte en 1959 cuando contaba 53 años. Su catalogación por el gran público como un autor franquista, algo que él nunca negó, llegando incluso a presumir de ello: «Soy aristócrata, soy conde, soy rico, soy embajador, soy gordo, y todavía me preguntan por qué soy de derechas. ¿Pues qué coño puedo ser?», quizá haya influido en que no haya obtenido el merecido reconocimiento literario, algo que si han logrado otros autores que también coquetearon en su momento con el franquismo y la falange, como Torrente Ballester, Pedro Laín Entralgo o el propio Camilo José Cela entre otros muchos. Agustín de Foxá también tiene calle dedicada en Madrid.

Agustín de Foxá junto al diestro Manolete y a Lupe Sino, pareja del torero tras la guerra. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Y vamos a terminar las breves semblanzas de los presentes en la Cueva del Or-Kompon la noche en que nació el “Cara al Sol” con la figura de Dionisio Ridruejo, que sería el que experimentaría una mayor transformación tras la guerra. Ridruejo era un falangista convencido, de primera hornada, gran admirador de José Antonio Primo de Rivera al que dedicaría varios sonetos. La guerra le sorprendería en zona sublevada, siendo testigo del incidente entre Millán Astray y Unamuno en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, Día de la Raza. Nombrado por Hedilla jefe provincial de la Falange en Valladolid, es allí donde ya tiene sus primeros desencuentros con el nuevo régimen al publicar un discurso de Jose Antonio en el que se criticaba a ciertos sectores sociales, compañeros ahora, por imposición, de la Falange. Posteriormente sería nombrado Director General de Propaganda, aunque sus problemas con las autoridades continuarían. A punto de caer Cataluña, Ridruejo imprime propaganda en catalán para ser distribuida entre la población, sobre todo en Barcelona, pero un alto grado militar, el general Álvarez Arenas, decidió que quedaba prohibida la utilización de esa lengua y el material ya impreso fue almacenado. Sería cesado del cargo en mayo de 1941.

Finalizada la guerra Dionisio Ridruejo se alistaría en la División Azul. En la imagen vemos a un grupo de componentes de esta unidad por tierras rusas. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Dionisio Ridruejo se alistaría como voluntario y como soldado raso en la División Azul, en sus propias palabras «En rigor fui a Rusia –cuenta Ridruejo– a intervenir en la guerra, porque creía en aquella joven Europa heroica y popular de que estaban llenas las imaginaciones de ciertos fascistas ingenuos». Y será a partir de su vuelta del frente ruso cuando comienza su desengaño con el nuevo régimen. En julio de 1942 escribe una carta al mismo Franco de la que recogemos algunos párrafos:

«Mi general: Si me atrevo a distraer la atención de V.E con esta carta es simplemente por una razón de conciencia… Seguir viviendo silencioso y conforme como un elemento, aunque insignificante, del Régimen me parece en el estado actual de cosas un acto de hipocresía… Durante mucho tiempo he pensado, junto con algunos servidores más inteligentes y leales –más exigentes y antipáticos quizá también– que ha tenido Vuecencia, que el Régimen que preside a través de todas sus vicisitudes unificadoras, terminaría por ser al fin el instrumento del pueblo español y de la realización histórica refundidora que nosotros habíamos pensado. No ha resultado así y se lleva camino de que no resulte ya nunca… Lo cierto es que los falangistas no se sienten dirigidos como tales, no ocupan los resortes vitales del mando, pero en cambio los ocupan en buena proporción sus enemigos manifiestos y otros disfrazados de amigos, amén de una buena cantidad de reaccionarios… La Falange gasta estérilmente su nombre y sus consignas una obra generalmente ajena y adversa perdiendo su eficacia, y la pugna hace que toda su obra aparezca llena de contradicciones y sea estéril»

El escritor, poeta y político Dionisio Ridruejo acabaría abandonando la Falange y renegando del franquismo. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Sería separado del Partido, sus obras censuradas, sufriría diferentes destierros y confinamientos. Ridruejo se había convertido en un personaje incómodo para el régimen, seguramente su trayectoria y prestigio dentro de falange impidieron que se tomaran medidas más drásticas contra él. Finalmente sería enviado a Roma como corresponsal de la “Prensa del Movimiento” en 1948. Roma era la capital de un país que acababa de salir de una guerra y de dejar de lado una dictadura fascista, la visión de cómo se afronta la posguerra en Italia, comparándola con lo que estaba ocurriendo España, le hace replantearse nuevamente su perfil ideológico.

De regreso a España, en 1956 crea Acción Democrática por lo que es detenido y encarcelado en Carabanchel. En 1962 se exilia en París, siendo encarcelado nuevamente a su regreso. Continuaría con su intensa actividad literaria y política, ahora reconvertido a la social democracia no marxista, hasta su muerte en 1975, unos meses antes del fallecimiento del dictador. Para muchos Dionisio Ridruejo fue un precursor y artífice de la Transición, aunque no lograra verla realizada, así como de la reconciliación entre españoles. Pese a su trayectoria y a su obra, es un autor y político totalmente desconocido para la mayoría de españoles. Dionisio Ridruejo no tiene calle dedicada en Madrid.

Dionisio Ridruejo, con unos papeles en la mano, en una instantánea tomada durante la guerra. Haga clic sobre la imagen para verla ampliada.

Al igual que Dionisio Ridruejo, muchos falangistas se sentirían traicionados y utilizados por el nuevo régimen. Algunos serían también perseguidos y represaliados como el propio Ridruejo, y muchos como él acabarían abandonando la formación. Otros continuarían manteniendo una Falange paralela donde afirmaban conservar las esencias de la formación que creara José Antonio. Pero la mayoría continuarían formando parte de la Falange que había sido fagocitada por el nuevo régimen nacido tras la contienda. Muchos de los miembros de la Falange “oficial”, la del régimen, abandonarían la formación tras la muerte de Franco pasando a integrarse en las filas de los nuevos partidos democráticos o en otros organismos, como fue el caso de Adolfo Suarez, Rodolfo Martín Villa o de Juan Antonio Samaranch, por citar solo algunos de los más conocidos. Considerados como padres de la democracia y convertidos en una especie de héroes para muchos españoles, para otros solo fueron unos camaleones políticos que supieron adaptarse a las circunstancias más favorables de cada momento.

Imagen de archivo de Rodolfo Martín Villa en la que le vemos brazo en alto parece que entonando una canción en un acto oficial, tal vez el “Cara al Sol”. No sabemos ni el lugar ni la fecha de la toma, pero en la columna del fondo se distingue perfectamente el impacto de un disparo de fusil.

Hace unos días el ahora afamado y meloso entrevistador Bertín Osborne, respondía airado a una pregunta sobre Franco, que varios familiares suyos habían sido ejecutados en Paracuellos, pero que él ya lo había olvidado, y que si él podía hacerlo, por qué no el resto de españoles. Olvidar nos parece un error, se puede perdonar, se puede recordar sin rencor, se debe tratar la Historia con objetividad y rigor, pero nunca olvidar nuestra Historia, ni Paracuellos, ni las decenas de miles de españoles que todavía permanecen de manera incomprensible enterrados en cunetas, aunque nos desagrade recordarlo. Ya lo dejó escrito Cervantes hace más de cuatrocientos años en las páginas de El Quijote: «habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y nonada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir». Hagamos caso a Don Miguel y no olvidemos nuestra Historia.

Y hasta aquí esta crónica sobre lo sucedido hace ahora 80 años en un restaurante de una pequeña calle que nace en la Gran Vía. Una de las muchas historias apasionantes que acontecieron en la Gran Vía durante la Guerra Civil, y que ahora pueden conocer gracias a los itinerarios guiados de Rutas Madrid en Guerra.

Florentino Areneros.